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Las postales sobre cómo será la educación del futuro son una constante en las publicaciones dedicadas al futurismo o la futurología. Sin embargo, lo cierto es que imaginar las escuelas del mañana es un pasatiempo tan socorrido a la hora de imaginar las décadas venideras como recuperar la idea de los coches voladores y los mayordomos robot. Y tan difícil como tratar de adivinar la lotería.

Por fortuna, las visiones sobre aulas inteligentes y sistemas de aprendizaje automatizados están bastante más cerca de hacerse realidad que otros (bastante más dislocados) vaticinios de las revistas de la primera mitad del siglo XX. Esos que imaginaban humanos teletransportados y estaciones orbitales.

La educación es una de esas actividades humanas en las que la inteligencia artificial va a dejar su impronta de forma más visible, como ya ha ocurrido con el impacto en los sistemas económicos y ocurrirá en el sector de la saludLa duda es si la sociedad estará a la altura de este nuevo desafío.

Repensando la enseñanza para futuras generaciones

Los registros históricos sitúan los primeros sistemas de enseñanza conocidos en la región que hoy conocemos como Mesopotamia. Su cometido visible era educar a un selecto grupo de personas para dominar los secretos de la escritura cuneiforme. Estos pupilos se convertirían en la élite: contables, escribas, notarios… Algo tan simple como ser capaz de llevar un registro de las cosechas de una región daba cierto poder y estatus social.

Ya en el siglo XXI, la educación no han cambiado tanto la base: incluso cuando las tasas de escolarización y alfabetismo rozan el 100%, una buena educación sigue siendo clave para garantizar una sociedad próspera. El problema, quizá, es que seguimos usando herramientas de enseñanza del pasado, como la repetición mecánica de los conceptos en lugar de su comprensión.

Uno de los grandes desafíos a los que se enfrenta la comunidad educativa es el hecho de que no es posible proporcionar una enseñanza personalizada para decenas de alumnos en una misma clase. Es por eso que se recomiendan aulas de menor tamaño, lo cual rara vez es posible. Utilizando algoritmos de aprendizaje profundo, una IA sería capaz sin embargo de ajustar los deberes de cada niño a su nivel lectivo, identificar las áreas en las que no va bien, aquellas en las que sobresale e incluso ayudar a crear grupos de trabajo bien equilibrados.

Pensemos por ejemplo en las dificultades que tienen los profesores para reconocer niños con problemas muy concretos, como la discalculia y la dislexia, erróneamente identificados como «factores de malos estudiantes». Una IA, utilizando patrones elaborados a partir del perfil anónimo de miles de niños de la misma edad, podría reconocer rápidamente a los alumnos con problemas e incluso colaborar con los profesores de refuerzo para crear ejercicios y temarios mucho mejor adaptados a sus necesidades.

Asimismo, las IA no entienden de acentos, religión, color de piel o trasfondo socioeconómico. Bien programadas y alimentadas con los datos necesarios, son ciegas y agnósticas. No sufren de sesgo por confirmación, son matemáticamente incapaces de discriminar, y evitan la vieja excusa de que «el profe me tiene manía». Como tales, su papel a la hora de asistir a los profesores a puntuar exámenes y tareas podría ser tan crítico como pronistican los expertos en la materia, particularmente en escuelas con una gran diversidad de alumnos.

También podemos imaginar la importancia de la IA a la hora de recoger enormes volúmenes de datos en tiempo real con los que efectuar estudios instantáneos. ¿En qué materias destacan los alumnos de cierta región usando pruebas estandarizadas? ¿En qué otras flaquean? ¿Existe una relación entre estos datos y el nivel económico de la zona? ¿Qué antigüedad tienen los maestros de esas escuelas?

Ideas como estas pueden parecer fríamente técnicas, aunque ya se usan a la hora de evaluar los informes PISA. Pero si hemos de concebir la enseñanza como un ejercicio continuo en busca de resultados, son preguntas que deberán formularse. Y nadie mejor que una IA para responderlas.

Cuando las aulas digitalizan y se vuelven (más) inteligentes

Nada de lo que hemos mencionado sobre estas líneas son meras conjeturas. A través de su departamento dedicado a la informatización de la enseñanza, Huawei ya está trabajando en cómo aplicar estas ideas que podrían marcar el fin del progreso académico en forma de cursos fijos en favor de un nuevo sistema mucho más flexible y estrictamente basado en metas de conocimiento. Una realidad para la que quizá todavía no están preparados alumnos, profesores ni gobiernos, y que deberá ser explorada debidamente.

Pero el desarrollo de inteligencias artificiales aplicadas a la enseñanza primaria y secundaria tiene obstáculos innatos de carácter técnico. Un problema con el que se han encontrado no pocos educadores es que los sistemas de inteligencia artificial diseñados para ayudarles han sido programados por ingenieros, no por profesores, ignorando las necesidades de unos alumnos que no ven a diario. Lo mismo sucede con la vieja idea de sustituir totalmente a los profesores con una máquina: no es factibleA las máquinas se les da genial hacerse cargo de algunas tareas concretas, pero no de profesiones al completo.

La escuela no solo sirve para trasplantar conocimientos, sino también para formar personas. Como tal, el componente humano deberá seguir estando presente como elemento de autoridad, respeto y comprensión(algo en lo que las máquinas aún no sobresalen aunque se estén esforzando en ello), por lo que deberán examinarse muy bien las necesidades de alumnos y profesores para no delegar excesivamente en las IA el trabajo que hasta ahora estaban haciendo las personas.

Cuando Internet se convierte en el aula

Cuando pensamos en inteligencia artificial y la educación solemos pensar en niños de corta edad. Lo cual nos deja con un marco de referencia parcial, puesto que no conviene ignorar su enorme potencial en la educación superior. E incluso en disciplinas aparentemente vetadas a las máquinas, como el arte.

En este sentido conviene recordar el potencial de la inteligencia artificial para ayudar a puntuar los trabajos universitarios de forma más rápida y precisa, otorgando a cada «profesor de carne y hueso» ese tan necesario asistente que tantas veces reclaman y nunca obtienen. No hablamos de ciencia ficción: un profesor del Instituto Tecnológico de Georgia utilizó durante meses una IA para responder las preguntas de 300 alumnos y nadie se dio cuenta hasta que él mismo lo reveló.

Jennifer Rexford, responsable del departamento de informática de la Universidad de Princeton, tiene varias ideas al respecto. Esta ingeniera ya trabaja en experimentos tan visionarios como el escanear los cerebros de los alumnos mientras observan ponencias en vídeo, examinando las variaciones en sus niveles de concentración para crear lecciones más interesantes y efectivas.

De la misma forma, también se examina la posibilidad de usar la neurociencia para comprobar qué partes de una lección no son comprendidas correctamente o no están siendo explicadas de forma adecuada, ayudando a personalizar después los temarios según lo requiera cada alumno. Gracias a estos experimentos se espera crear lecciones y ejercicios más atractivos mediante la introducción de pequeños cambios que no alteran de forma significativa el resto de los contenidos.

Estos cambios, en la educación superior, podrían empujar a las universidades hacia un nuevo modelo de enseñanza. Uno en el que los alumnos reciben clases personalizadas a través de internet, en forma de vídeos compuestos por una inteligencia artificial que conoce perfectamente sus patrones de atención y nivel académico, y acude después al centro no para seguir recibiendo clases, sino para participar en actividades, ejercicios y debates donde se refuerzan y desarrollan los conocimientos adquiridos.

La puntuación de los exámenes será además más precisa. Y justa. iFlytek, asociada con Huawei en el desarrollo de sistemas de inteligencia artificial, ha comenzado a utilizar su vasta experiencia con sistemas de traducción automatizados para asistir a los profesores chinos con el procesamiento de las pruebas de acceso a la universidad. Sistemas similares se han usado para escribir poemas, libros e incluso guionizar cortos. Y también aparece instalado por defecto en smartphones como el Huawei P20 Pro, que cuenta con opciones de traducción automática sin necesidad de estar contectado a internet, operando en «local».

Según se pudo comprobar durante los pilotos realizados en las provincias de Jiangsu y Hunan, dos IA puestas a prueba mostraron una divergencia de menos de siete puntos a la hora de poner nota a los cuestionarios sobre varios ensayos en chino, mostrando una consistencia del 92,82% y superando por cinco puntos la media humana. La socia de Huawei está trabajando ahora con las autoridades chinas para desarrollar sistemas más sofisticados con los que mejorar la calidad de las universidades del país.

La escuela como preparación para la vida adulta: IA y perspectivas laborales

Por otro lado, si hemos de considerar la educación superior como la antesala al mundo laboral, deberíamos tener en cuenta el hecho de que la inteligencia artificial va a revolucionar el trabajo en menos de tres décadas. Las nuevas generaciones no solo deberán aprender a estudiar con IA, sino también a trabajar con ellas, desarrollarlas y mantenerlas… ya que van a estar por todas partes y requerirán de mano de obra cualificada.

No se trata de una cuestión de disfrutar de un mejor salario, sino de tener un salario en un mundo automatizado. Las futuras generaciones podrían encontrarse ante la situación de tener que utilizar máquinas para evitar que las máquinas les roben el trabajo.

Dicho esto, la inteligencia artificial también será un motor de riqueza. Huawei, que está profundamente involucrada en el desarrollo de este tipo de tecnologías, cree que la economía digital podría duplicar su valor para el año 2025 gracias entre otros a los avances en aprendizaje electrónico, alcanzando un volumen global de 23.000 millones de dólares. Para la compañía, el problema reside en encontrar el gran volumen de ingenieros necesarios para capitanear esta revolución. Hacen falta personas formadas en estas áreas, y actualmente hay una enorme demanda.

Según el Global Connectivity Index 2018, las áreas donde actualmente se está acelerando el despliegue de la inteligencia artificial son cinco: banda ancha, centros de datos, la nube, el big data y el internet de las cosas.Las carreras y profesiones asociadas a estas disciplinas son las opciones de futuro para los jóvenes de hoy.

Huawei, que ya trabaja en el desarrollo de infraestructuras escolares adaptadas a este cambio de paradigma, apunta que la introducción de la inteligencia artificial en la economía digital actual permitirá que los países ya desarrollados puedan romper su relativo estancamiento posindustrial. La IA puede ayudar a crear sociedades más justas. Mientras, potencias emergentes podrán aprovechar la tecnología de forma más eficiente para desarrollar sus propias economías.

Pero antes de alcanzar este hipotético horizonte la sociedad deberá responder una serie de preguntas difíciles. ¿Hemos de dirigirnos hacia una enseñanza basada en la maestría o simplemente modernizar el actual sistema de titulaciones? ¿Estamos dispuestos a confiar en las máquinas como mecanismo ecualizador para la enseñanza? ¿Qué papel deberá ocupar la figura del profesor en un mundo en el que ni siquiera tendría por qué puntuar los exámenes? Son cuestiones necesarias y potencialmente incómodas, pero que no podremos delegar en una inteligencia artificial… de momento.

Imágenes | RaconteurSocial Learning, Stock